Han sido tiempos difíciles y muchos se han mantenido -o se mantienen- separados de sus madres. No es fácil no tenerlas cerca, disfrutar de su compañía, de sus abrazos… Sin embargo, su afecto nos arropa de manera incombustible cada segundo.
Los altibajos de la vida en ocasiones pueden ser como montañas rusas, y en ese viaje es muy común que una madre tenga que asumir que sus hijos están lejos, lejos de casa, lejos de ese espacio donde los abrazos son posibles y los encuentros una posibilidad frecuente. En estos tiempos de pandemia y restricciones son muchos los que han tenido que poner en pausa ese necesitado contacto físico, que como el agua o el alimento, es tan básico para el ser humano.
Sin embargo, hay algo que quien más y quien menos ha descubierto de su propia madre. Son más fuertes de lo que pensamos y aún en momentos de dificultad, son ellas las que siguen dándonos ánimo y aliento. No importa que vistamos ya existencias de adulto, que contemos con una familia propia y una vida hecha, las madres siguiendo un pilar, el norte en nuestra brújula emocional.
Bien es cierto que no todo el mundo puede haber tenido esa suerte: la de contar con una figura materna enriquecedora, nutritiva emocionalmente, de las que ayudan a crecer y guían para ser libres, fuertes y capaces. No obstante, muchas veces podemos tener a otras “personas guía” que. de algún modo, llegaron a cumplir esa tarea: una abuela, una tía o hasta una suegra.
La maternidad va más allá de la genética, se constituye con el amor auténtico y cuando esto sucede, esa impronta no se disuelve.
Una madre sabe estar, aún estando lejos
Saber estar es una competencia y un arte existencial que no todo el mundo sabe llevar a la práctica. Consiste, ni más ni menos, que estar presente de mente y corazón cuando se comparte un mismo espacio, pero sin invadir, sin controlar ni atosigar. Supone además saber estar cerca cuando hay distancia, acordarse del otro, preocuparse, estar pendiente a pesar de la lejanía.
Las madres han aceptado desde bien temprano que los hijos nacen con alas invisibles y que es responsabilidad de una procurar que crezcan fuertes y valientes para que el día menos pensado, vuelen alto… Aunque ese vuelo les lleve lejos de ellas. Porque es ley de vida que aquello que se cría y se educa tenga voz propia para conquistar el mundo a su manera, de la manera que se quiera…
Madurar es aprender a vivir sin ellas, pero echarlas en falta a diario
Esa es la clave y el misterio de ser hijo de una madre a la que se quiere. Al final, lo hacemos, aprendemos a caminar por nosotros mismos, no tardamos en tomar nuestras propias decisiones y un buen día, damos el salto.
Sabemos que nuestra felicidad está fuera del hogar y aunque abandonarlo a veces duele, esa separación es necesaria y hasta ilusionante. Crecer es contradictorio, no hay duda.
Así, cuando una madre hace frente al nido vacío no tarda en llenarlo de ocupaciones y nuevos planes. También a ella le duele ese salto y la distancia, pero lo entiende, lo respeta. Porque saber estar sin estar también va de eso, de apoyar en la distancia, de decir “te quiero” en mensajes de WhatsApp, acompañados de muchos emoticonos, de charlas en videollamadas a media tarde y después del trabajo.
Una madre sigue siendo nuestro mejor ejemplo, aún en la distancia
Nadie aterriza en este mundo sabiéndolo todo sobre la paternidad y la maternidad. Una madre también comete errores, sabe cuáles son sus imperfecciones y es consciente de que hay cosas que podría haber hecho de otro modo. Sin embargo, hay algo que las define y es su voluntad por hacer siempre lo mejor por sus propios hijos.
Nos inspiran, son nuestro mejor ejemplo por todo aquello que nos han inculcado, por procurar ser siempre esa referencia indiscutible en nuestra vida. Así, y a pesar de esa distancia que a veces estamos obligados a mantener, bien por trabajo u otras circunstancias, siempre tenemos presente sus aprendizajes.
Somos, en parte, los valores que nos han enseñado. Somos el amor que nos han dado y las palabras que nos han dicho.
Siempre con ganas de verte, mamá
Son muchos los que viven ahora mismo con esa sensación siempre presente, siempre constante… La de echar en falta a una madre, a esa parte de nosotros mismos que debido al actual contexto tenem
os en la distancia. Es un sentimiento extraño al que nadie puede acostumbrarse, porque a pesar de los mensajes, las llamadas y videollamadas faltan los abrazos, las complicidades del día a día, las risas, las comidas interminables, las charlas cara a cara…
Lo más llamativo es que en estos casos son ellas las que más nos animan. Porque las madres están hechas de un material diferente, de esa aleación en la que se combina la bondad y la esperanza, el amor incombustible y la serenidad de una tarde de primavera.
Ellas saben que ya no queda nada, que los días de los abrazos interminables están a la vuelta de la esquina. Ellas que siempre nos sonríen a pesar de las tormentas, son la luz que siempre nos guían de vuelta a casa…